Oleo Foto estaba en el centro de la vida artística de la ciudad de México, ubicada en la esquina de Amsterdam y Sonora. El barrio estaba poblado con artistas de todos los países, con la afluencia de españoles, franceses, judíos, libaneses y alemanes, artistas e intelectuales que llegaron a esta colonia para vivir y compartir; junto con los artistas mexicanos para formar una de las zonas más vibrantes, coloridas y artísticas de México. Aquí me crié.
Regreso. Las avenidas se parecen, hace tanto tiempo que el París de ayer ya no es el mismo. Deje que se fuera el tiempo corriendo entre los amaneceres y los recuerdos, sonoro, inalcanzable. Me fui a recorrer el camposanto, enfrentándome a la mirada profunda de la muerte, siempre huyendo, ausentándome en el momento preciso del ocaso.
He mirado sus ojos, me he visto reflejado en su alma, como en el espejo del parque México; y a veces creo que jamás podré comprender lo que encierran. Lejano, nunca he conocido un ser más frío que yo: es la dialéctica, ese irrespetuoso materialismo, inevitable, ante la realidad no hay pregunta, ni respuesta. Se es. Quiera uno o no, se es lo que se es; ni la religión, ni la teología, ni nada pude suplir la realidad.
La presencia de tu rostro, a medio segundo de distancia, juega con el movimiento del viento que nos une, gira. Nadando en el Río Bravo te recordé, al igual que miles de veces repetí tu nombre y me sumergí en el agua café. Huyendo del destino y dándome de bruces con la realidad, con una realidad que aún no puedo escapar. Treinta años ya… treinta años ya.
Tu voz en Zipolite quedo grabada en la arena, pisoteada por gaviotas que cayeron suspendidas en el océano de tu angustia. Amaneciendo, escondidas, tus palabras tomaron forma entre las rocas, midiendo el misterio ancestral del rojo en tus mejillas. Mía, transparente y sin rostro, llegaste desde Australia empapada de noche y de silencio.
No tengo nada. Cuando el frío llega, me cobijo con tu cuerpo, nada es mío. Quizás nunca fui un asceta y sin embargo miro mis manos, destrozadas, por labores indecentes y niego las formas emanadas. Ayer, apenas me preguntaba si acaso vale la pena golpear la piedra, dejar la sangre entre el polvo del mármol, llenar los pulmones de arena, para descubrir, de entre la piedra, el rostro soñado. Me miro en el espejo y no hay respuesta.
(Enero 21 2004)